Que el voto exterior es un desastre no es ninguna sorpresa para nadie. Que queda mucho camino por hacer, tampoco. Que seguiremos luchando para que las voces de los casi dos millones de potenciales vociferadores se escuchen, eso es seguro.
Pero algunas veces la vida (o tú mismo) te pone delante de algún vestigio de esperanza.
Aquél día empezó a las (aún) frescas ocho de la mañana, con un centenar de personas dispuestas a contar cada voto de los CERAs madrileños.
Por alguna razón, yo habia imaginado el acto como una ceremonia entre togas, desde una alta tribuna tan inalcanzable como la justicia a la que aspiraba Josef K. en El Proceso de Kafka. Quizá porque el voto exterior es algo parecido al relato kafkiano y quizá porque el rastro de nuestro voto lo perdemos mucho antes de que llegue a ningún lugar, parece que todo lo que ocurre después de que lo mandemos por correo o lo depositemos en la urna consular es objeto de nuestra imaginación, no existe.
Yo quería ponerle ojos, cara, al sobre en el que metí mis creencias sobre el futuro de mi país.
Y por supuesto, quería ver cómo son sus tuercas y tornillos, como un niño que desmonta un jueguete para ver el mecanismo.
Esta humilde crónica tiene dos objetivos: asomarte a la ventana de lo que ocurre cuando se cuentan los votos CERA en Madrid, y agradecer a las personas que estuvieron allí ese día dejándose las energías en contar nuestros votos. Y también a quienes no se limitaron a dejarnos ver, sino que nos contaron los entresijos del proceso.
No, la sala no era ningún tribunal pomposo- era una sala en un sótano, sin ventanas, llena de cubículos que se convertirían por un (largo) rato en urnas electorales.
A un lado, las mesas donde se habían colocado las valijas que llegaron dos días antes y el mismo día (de los envíos de votos del viernes y del mismísimo domingo electoral). Más concretamente, las valijas habían llegado a Barajas, donde Correos las había precintado en enormes y gruesas cajas de plástico azul, gris y amarillo.
Había una montaña de cajas. A medida que se desprecintaban, los sobres iban a parar a la máquina contadora de sobres – para registrar el número de votantes que habían llegado hasta allí aquella mañana. De allí pasaban en un torrente vertiginoso de cajitas de cartón a las 80 personas, agrupadas de dos en dos, cuyas manos, en definitiva, llevarían nuestros votos a las urnas de metacrilato.
En la primera fase, que duró desde las 8 de la mañana hasta las aproximadamente 3 de la tarde, los sobres se abrían, se comprobaba que la documentación requerida estaba completa (DNI, pasaporte o cualquiera de los demás documentos admitidos; certificado del INE, sobres de votación); se leía el código del certificado y se registraba el voto.
Los sobres dudosos se apartaban para posterior consideración de la Junta Electoral. Recuerdo un sobre deteriorado al que la oficina de correos de algún lugar de Austria había adjuntado una nota entonando el mea culpa sobre el estado lamentable de aquella piltrafa. Se dio por válido, como tantos otros en los que la balanza se inclinó del lado de la voluntad de votar.
Y ¡flops! tras la revisión, se introducía el voto en las urnas. Todo a un ritmo vertiginoso.
Pausa para la comida- y comenzó el momento más emocionante del proceso.
Los funcionarios, ataviados con dediles desenfundaban frenéticamente nuestros votos. El crujido de los sobres abriéndose por 80 personas a la vez eran el murmullo de nuestra lejana voz. Era verdaderamente emotivo.
Las papeletas blancas se amontonaban por partidos en cada puesto- al cabo de un rato, se pedía silencio: había empezado el recuento; por aquellas mesas ya han empezado a escrutar– decían algunos más rezagados. Cada cubículo contaba sus votos- guardando los sobres en cajas de cartón por si el número de votos recibidos no coincidiera con el número de votos emitidos.
De cuando en cuando se alzaba una mano para consultar la validez de un voto- al solemne juez le seguía el remolino de los interventores de los partidos políticos. Y en todos los casos se siguió escrupulosamente el principio de conservación del voto: de respeto de la intención del votante – cruces por aspas, subrayado de candidatos… el consenso tanto del juez como de todos los interventores para dar por válidos los votos impresionaba.
Cada puesto rellenaba una hoja con los votos emitidos para luego sumar el total. A estas alturas del día, el cansancio era visible.
El escrutinio del senado es más complicado, porque no basta con acumular y contar papeletas, sino aspas, en ocasiones a distintos partidos.
Así fue el escrutinio CERA en Madrid, más de doce horas de duro trabajo. Así se oye nuestra voz.
Queremos agradecer a la Junta Electoral la amabilidad que mostraron, al personal del INE su entrega y dedicación- todas las personas con las que hablamos confirmaron nuestra idea de un colectivo profesional y amable.
Queda mucho por hacer, lo sabemos. Ya tenemos noticia de un voto que nunca llegó desde la urna de Estrasburgo a la urna del INE- y confiamos en que se tomen las medidas necesarias para que esto no vuelva a ocurrir.
Queda mucho por hacer: sabemos que no en todos los lugares fue así, lo que hemos contado es lo que vimos, el escrutinio CERA en Madrid. Sabemos que aún tenemos que seguir peleando por todos aquellos votos que se quedaron por el camino, los que no alcanzaron el día del escrutinio, las papeletas que nunca llegaron o llegaron burlescamente tarde. Queda convertir en realidad todas esas voces espectrales en que nos hemos convertido, queda recuperar todos esos votos fantasma, los que nunca lo fueron porque no pudo ser y los que se perdieron por el camino. Queda que los votantes puedan comprobar por sí mismos si su voto entró. Queda que las papeletas lleguen de oficio y que los plazos sean realistas o que se impongan otras soluciones como la procuración del voto, aplicada ya en territorio nacional a quienes, por motivos de salud, no pueden acudir a votar, o la impresión de las papeletas desde casa. Queda mucho, sí. Y nos quedan muchas fuerzas para seguir luchando.
Pero al menos sabemos que los votos que llegan al escrutinio general, llegan a buenas manos. Y eso también hay que contarlo. Gracias. De verdad.
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