Empieza como una aventura, casi como un juego. Cuando te vas no eres del todo consciente de lo que estás haciendo.
Solo sientes que necesitas un cambio, que estás harto de todo lo que te rodea.
Estás harto de no tener oportunidades y de conformarte con lo mismo de siempre, sin más salidas.
Así que piensas que al menos fuera puedes intentarlo otra vez.
Poco a poco te vas dando cuenta de que te engañas a ti mismo. Te engañas porque planeas tu vida pensándola extranjera, pero en tu subconsciente todo es una situación temporal.
Te dices a ti mismo que este sacrificio es caduco, y luego volverás a casa, y ellos estarán allí esperándote, como si no hubiese pasado el tiempo.
Pero un día caes en la cuenta de que quizás no sea temporal. Un día ves que lo más lógico es que, si todo sigue su curso, solo vuelvas de vacaciones cada cierto tiempo.
Entonces lo ves todo con otros ojos. Todo ese odio, toda esa frustración, se convierte en melancolía. Te das cuenta de lo que echas de menos a tu tierra.
Muchos a su tierra la llaman país, pero hoy no quiero hablar de política.
Porque tu tierra es tu familia. Tu tierra son tus amigos. Tu tierra es tu infancia. Y esta no es tu tierra.
Es otro mundo, otra dimensión, separado de la realidad por un par de horas de autobus, un par de horas de aeropuertos y otras tantas de avión.
Y toda esa melancolía se filtra de a poco. Gota a gota.
«El sueño de la razón produce monstruos» Francisco de Goya (1799)
En un sueño, un olor me recuerda a mi padre. ¿Se puede soñar con olores?.
Sueño que estoy en un aeropuerto, una vez más. Mis padres están conmigo. Pero en un momento son ellos los que se van a coger otro avión, otro diferente al mío.
Al rato aparezco en un bosque de pinos, con una casa que se divisa a lo lejos. Sé que mis padres están en esa casa, porque un olor me recuerda a mi padre. Puedo olerlo.
Cuando era pequeño, mi padre llegaba del trabajo y las manos le olían a herramientas. Ese olor que se te queda cuando usas un martillo o unos alicates durante un buen rato. Así huele mi padre, o al menos ese es el olor que recuerdo en el sueño.
Es curioso oler eso en un bosque de pinos, pero hace tiempo me di cuenta de que el bosque de pinos siempre aparece asociado a mi tierra en mis sueños.
Entonces, aún en el sueño, me doy cuenta de lo que les echo de menos y corro hacía la casa porque se que están dentro, aunque nunca hemos tenido una casa así.
A unos metros de llegar me detengo. Mi madre mira por la ventana. Yo le saludo, pero no me ve. Yo agito los brazos, cada vez más desesperado. Estamos tan cerca… Pero no me ve.
Entonces me despierto. Mi chica duerme a mi lado. Salgo de la cama sin despertarla. Los sueños pueden ser tan crueles a veces…
Llego al calendario y cuento los días que faltan para escapar de esta realidad y volver a mi verdadera dimensión, o viceversa, después de casi un año.
Pero pienso cuanto tiempo va a durar esto, este purgatorio donde no estoy solo, pero del que cada pocos meses algún amigo se salva y vuelve con los suyos, a su tierra.
Pero si lo pienso bien, no le veo el final, y más cuando día a día luchamos por un futuro aquí, paso a paso, alejándonos de nuestra casa, como caminando cada vez más lejos, internándonos en ese bosque de pinos, hasta perder de vista esa casa y el rastro de ese olor, caminamos y caminamos por una senda difícil, preguntándonos a cada paso si esta es la dirección correcta, y si cuando llegue la noche, no desearíamos estar en esa casa, en lugar de seguir buscando algo incierto en ese bosque.
Así que vuelvo al calendario, y cuento los días otra vez…
Germán.
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