Somos esa generación perdida

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Somos la generación perdida. Nuestros padres y nuestros abuelos vivieron la pobreza material y lucharon para que sus hijos tuvieran una vida mejor. Quisieron que tuviéramos alimento para no pasar hambre durante la infancia. Se calentaban las manos en el fuego al llegar a casa de la escuela, de trabajar el campo o de pasear las ovejas. Ellos fueron trabajadores prematuros, pues cuando la necesidad apremia, no hay otra alternativa que la supervivencia. Esas manos resquebrajadas de niños que vivían en los pueblos con humildad, con poco conocimiento pero con riqueza natural. Ellos crecieron viendo la nieve caer, sintiendo el paso de las estaciones en su piel y en sus pies. Esos pies semidescalzos que vivieron una dictadura y una posguerra. Lucharon por una transición hacia un futuro mejor, para que nosotros, sus hijos, no tuviéramos que vivir la precariedad de nacer sin recursos, donde nacer no te aseguraba un futuro, donde los augurios nunca podían ser buenos. Esos niños que hoy en día son padres, que iban a la escuela temiendo encontrarse con lobos, que veían llegar la pubertad con inocencia y construían la adultez con la intuición de aquel que ve llegar el futuro sin darse cuenta de qué rápido ha corrido el pasado.

Ellos lucharon improvisando. Puede que no supieran muchas cosas, pero conocían muchas otras. Tenían clara una sola cosa, no querían ver repetidos esos días de precariedad, de pobreza, de frío y de hambre. De incomprensión, de machismo y de opresión medida por ideales políticos. Ellos, nuestros padres, unos verdaderos héroes que pasaron de la nada a levantar un país y construir una generación, la más formada de la historia, que tenía depositadas las ilusiones de ser aquella generación que, por fin, pudiera vivir con la dignidad que los humanos llevan tantos siglos buscando. Anhelando crear una sociedad donde el conocimiento y la educación debían proporcionarles un mundo mejor en el que vivir.

El tiempo pasó, esos niños crecieron. Crecimos con abundancia, abundancia de alimentos, de medicinas y de cuidados, pero también de responsabilidades. Fuimos criados con la convicción de que debíamos ser mejor que nuestros antecesores. Debíamos estudiar, sacar buenas notas, hacer muchos deberes, incluso en verano. La diversión era medida a cuenta gotas. Media hora de recreo, y por la tarde, si tus padres encontraban tiempo en su ajetreada vida laboral, esa vida de 40h semanales creada para poder sustentar un modelo basado en el crecimiento económico que asegurara un mayor bienestar y la posibilidad de escala social para todo el mundo, alguna actividad extraescolar. Vinieras de donde vinieras y fueras quien fueras, se quería brindar la posibilidad de no volver a recaer en la pobreza, de que todo el mundo pudiera tener una vida digna.

Estudiamos, y mucho. Desde el primer año de vida hasta los veintitantos años, esa fue la duración estimada de obtención de conocimiento que estableció la sociedad gracias al esfuerzo de nuestros padres. Crecimos abriendo regalos en navidad para que la infancia fuera recordada con ilusión y no con tristeza, disfrutando de ricas comidas que nos aseguraran no caer en la desnutrición que ellos habían vivido, donde carne se comía solo en situaciones especiales, cuando hoy en día mucha gente no come carne solo en algunas ocasiones. Fuimos creciendo en la sociedad de la información, pero la información no nos aseguró conocimiento.

Y llegó el esperado momento, pero el momento hubo que esperarlo más tiempo. Esos niños que hemos crecido, adultos que afrontan hoy en día las mismas decisiones que en aquel entonces afrontaban nuestros padres. Ellos sabían que su esfuerzo podría ofrecer un mundo mejor para sus hijos, pero ¿Cuál es la realidad que nos encontramos ahora nosotros?

Somos la generación perdida, una generación que ha visto como las certezas se desvanecían en dudas. Una generación que al crecer se da cuenta de la necesidad de decrecer. De que ese modelo de crecimiento infinito basado en recursos finitos tuvo sentido en el pasado pero no lo tiene ya. Somos la última generación que habrá podido vivir lo que fue la nieve, la última generación que tiene la posibilidad de ver los glaciares, de conocer el mundo tal y como fue durante miles de siglos. Somos esa generación que ha perdido el miedo, porque entendemos que el miedo es el mayor paralizador que existe, y que hoy en día podremos estar parados, pero nunca quietos. Somos la generación que sabe que el miedo es el arma de los medios, que el miedo es el recurso utilizado por aquellos que poseen la mayoría de los recursos. Los que vivimos en una capitalismo al servicio del capital, donde los ricos cada vez son más ricos y los pobres cada vez más pobres. Creímos que comprar era la solución a los problemas del mundo, y lo que hemos acabado haciendo es vendiendo la humanidad.

Nos vamos, nos vamos de casa porque nos echaron. Abandonamos nuestras vidas y rechazamos nuestra comodidad, nuestra calidad de vida y nuestra seguridad, porque si hay algo seguro hoy, es que el mañana no está asegurado. Tememos seguir siendo cómplices de una oferta laboral diseñada para intercambiar tiempo y dignidad a cambio de esclavitud. Nos levantamos de nuestros asientos y de nuestras camas para sentarnos en el suelo. Con la tierra, esa tierra que tanto se echa de menos en ciudades construidas para vivir aislados de la esencia de la vida. De una naturaleza agonizante que, como una madre que aguanta con paciencia, nos ha estado meciendo en la cuna desde nuestra infancia. Ya es hora de dejar el comportamiento infantil y el pensamiento mágico, es hora de asumir la adultez. De devolver a nuestros padres el esfuerzo que hicieron esos niños que crecieron con precariedad pero con ilusión y compromiso, de cuidar a nuestra madre tierra, porque la madurez de la vida no es tener una buena nómina a final de mes, es asegurar un futuro para nuestra descendencia y para el resto de seres vivos en el planeta. Un futuro que no esté encasillado entre muros, donde la diversidad natural no esté solo dentro de televisores. Es momento de dejar las realidades virtuales para virtualizar la realidad.

Somos esa generación perdida que va en busca de la salvación de la humanidad.

Adrián, autor de www.dandolelavueltaalmundo.org

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