-“¿Dónde trabaja tu marido?”, le preguntaban madres turcas a mi madre, mientras hacían el ganchillo y yo jugaba en la arena con los demás niños en el “Spielplatz” (parque infantil).
-“Está haciendo un doctorado en Historia del Arte”, les respondía al principio mi madre.
-¨Ya, pero, ¿cómo se gana la vida?¨, insistían ellas, cómo si mi madre se estuviese yendo por peteneras.
-“Tiene una beca”, afirmaba mi madre.
Una familia viviendo de una beca para un doctorado en historia del arte era una cosa algo estrambótica en el barrio emigrante de Moabit, del Berlín de principios de los ochenta en el que me crié. Después de algunas conversaciones como ésta, mi madre decidió responder lo siguiente a ese tipo de preguntas:
– “Ahí, en la fábrica de cervezas Schultheiss.”
– “¡Anda! ¿En serio? ¡Mi marido también!”
Era una respuesta común y así todas estaban contentas.
Mi madre me ha relatado muchas veces que para ella “los primeros años fueron muy duros”, porque ella estaba “en un país que no era el suyo”.
Por ejemplo, el tener que hacer la compra señalando con el dedo lo que quería comprar en las tiendas. El ser tratada cómo algo inferior o tonta al no hablar bien el alemán. O el tener que responder siempre a la pregunta: “¿Usted de dónde es?”. Mi madre me ha contado que al final empezó a varíar la respuesta, porque ya le aburría decir que era española y empezó a decir que era griega o de algún otro lugar del mundo.
Personalmente sólo he podido entender esa frase estar “en un país que no era el suyo”, cuando me ha tocado a mí vivir en Estocolmo o en Dublín. Lo más difícil, aunque para nada es la única dificultad, es no estar rodeado de tu gente, de tu famila, de tus amistades.
Puede parecer una tontería, pero estando en el extranjero me he vuelto a interesar por el fútbol, ¡qué cosas! Cuando vivía en España no sabía ni me importaba ni siquiera quién había ganado la liga. Sin embargo ir a un “sportsbar” en Estocolmo y ver un partido de futbol de la liga española me hacía sentirme un poco como estar en casa.
“Gas, Wasser, Scheisse” (gas, agua, mierda), me respondía el compañero de asiento del autobús en el que ibamos a impedir un transporte ¨Castor¨ de residuos nucleares. En eso consistía su trabajo, tratar con gas, agua y mierda. No le gustaban los eufemismos y eso era en lo que él trabajaba. Nos acabábamos de conocer. Yo tenía unos 15-16 años y no tenía mucha conciencia política, pero quería “hacer algo”. El transporte aquel tenía lugar en las cercanías de Gorleben donde hay un ¨Zwischenlager¨, un sitio en el se depositan residuos nucleares, pero sólo ¨de paso¨. Se transportan luego a otros sitios que se llaman ¨Endlager¨, donde ya los residuos se depositan para ¨siempre¨.
En un principio quise meterme en la “Antifa”, un grupo antifascista, pero les rodeaba un gran secretismo. En fin, que no fui capaz de encontrarlos. Entonces una amiga me dijo que otra amiga suya estaba en el “Antiatomplenum” (pleno antinuclear), que me pasase por ahí, que ahí se reunían muchos colectivos.
Nunca olvidaré la hora a la que quedaban. Quedaban a las 20:00. Sin embargo la primera vez que fui se empezó a las 21:00 y eso era algo habitual. Para algunas cosas soy muy alemán y una de las razones por las que luego dejé de ir a ese pleno fue la impuntualidad, entre otras cosas.
A las 21:00 los diferentes colectivos decían que tenían pensado hacer. Hay una mani en tal sitio, necesitamos apoyo en tal otro porque van a desalojar una ocupa. El único debate que hubo, fue sobre qué hacer con las botellas que habían sobrado de una fiesta. Para decidir quién se encargaría de devolverlas y recoger el “Pfand” (depósito).
Yo iba allí a impregnarme de información, quería que me diesen conciencia, pero ese ámbito era más bien un colectivo de colectivos y yo estaba totalmente perdido. También se planteaban actividades como cinefórums. Me acuerdo haber ido a alguno en el tejado de un edificio. Lo que recuerdo es un gran secretismo en general. Se hablaba mucho de la secreta, el “Verfassungsschutz” que literalmente significa “protección de la constitución”. Tanto la Alemania del Este como la Alemania del Oeste tienen una buena tradición en lo que a la secreta se refiere.
Aún era un chavalito, pero percibí un gran secretismo, quizás incluso paranoia, que hacía también que nadie hiciese propuestas directas. Antes o después del cineforum (yo también era bastante tímido) no había grandes conversaciones, más allá de que “a fulanito le han propuesto colaborar con el Verfassungsschutz” y cosas del estilo. Ese es el ambiente que respiré en Berlín en los años 1995-96 poco concienciado y siendo adolescente.
Total, que aunque yo no tenía mucha conciencia, impedir que se trasladasen residuos nucleares, me parecía como una buena idea y me fui sin decirle nada a mis padres al transporte Castor. El que estaba sentado a mi lado en el autobus trabajaba en “Gas, Wasser, Scheisse” y era probablemente uno de los pocos que también iba sólo. Recuerdo bastante bien el viaje y al compañero, porque a diferencia de las demás personas que hasta entonces había conocido, era una persona muy abierta y alegre y con ganas de hablar de cómo cambiar el mundo. Como diría yo ahora, era un obrero consciente.
Estuvimos hablando tanto a la ida como a la vuelta durante mucho tiempo, hasta que me vino a la cabeza una idea envenenada. Si hasta ahora todas las personas habían hecho gala de ese secretismo y habían sido tan cerradas, ¿no será que este tío es un secreta y me quiere sacar información? Tras este pensamiento dejé de hablar y no hubo más conversación hasta que llegamos a Berlín. No le volví a ver nunca más. Dejé durante un tiempo la actividad política, porque yo quería algo diferente.
Años más tarde me di cuenta de lo estúpida que había sido mi reacción. Me había dejado influir por la paranoia existente en el ambiente de izquierdas de Berlín. No digo que la secreta no fuese probablemente muy activa, pero creo que también puede tener como efecto la desconfianza, como lo fue en mi caso, entre la gente, que también es algo pernicioso.
También hoy en Berlín conozco grupos que tienen muchas precauciones. Es algo que está en la cultura revolucionaria alemana por muchos motivos que ahora no cabe dilucidar.
En cualquier caso, brindo por aquel compañero de autobús cuyo nombre no recuerdo. Lo que me quedó claro es su oficio: “Gas, Wasser, Scheisse” y que fuimos capaces entre quienes fuimos allí de impedir (o al menos a retrasar) un transporte de residuos nucleares.
Unos 15 años más tarde me encontraba también en Berlín después de haber pasado unos 8 años en Madrid entre medias. Me enteré de que se había montado una asamblea del 15M en Berlín porque una amiga argentina viviendo en Madrid me avisó a través de las redes sociales.
Un escenario inolvidable: al principio nos reuníamos entre 200 y 300 personas en el Lustgarten. Fue el germen de un montón de actividades, el comienzo de muchísimas asambleas y de múltiples grupos de trabajo.
La verdad es que jamás en mi vida me podría haber imaginado estar en una asamblea de esta cantidad de personas que, mayoritariamente, eran españolas en Berlín. Muestra la fuerza que tenía el 15M y la energía revolucionaria existente en el pueblo español. La combatividad que tiene, ya se mostró el 2M con el alcalde de Móstoles declarándole la guerra a Francia hace un par de siglos.
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