Miguel Á. Sánchez Romero (Liverpool) Foto de portada: Retrato de Juan Sinovas en el Pier Head de Liverpool – The Way I See Liverpool
Veinticinco de febrero de 2019. Juan Carlos Sinovas, dispuesto a comenzar su particular jornada laboral, ha salido de casa en el castizo barrio liverpuliano de Dingle y espera el bus que lo llevará al centro de la ciudad. Ultimando por teléfono con Nick los detalles de un concierto para esa misma semana con Pink Panthers, el grupo de versiones del que son, respectivamente, batería y bajo, nota algo extraño en el comportamiento de la mujer que tiene a su lado, que, visiblemente borracha, comienza a lanzarle pintorescos improperios, referidos sobre todo al hecho de que esté hablando en un idioma para ella desconocido. Los insultos arrecian y Juan mira a los también presentes en la calle en busca de ayuda o al menos empatía: se limitan a hacer gestos que parecen significar “qué quieres que hagamos, está borracha”. El suceso acaba, ante la impasible mirada de los presentes, con la mujer lanzándole una bolsa de basura, los pantalones sucios para el resto del día y la llegada del bus interrumpiendo, cual deus ex machina, la incómoda escena.
Cinco o seis horas después, a Juan todavía le dura el disgusto cuando me
cuenta todo esto yendo a recoger su batería del Kellys, el pub
irlandés en el que toca con los Pink Panthers un sábado al mes. El día le ha ido bastante bien: ha sacado alrededor de
cuarenta libras y ha cerrado un bolo; pero el suceso desagradable de la mañana no es algo a lo que
uno se acostumbre. Por mucho que haya habido titulares en los medios de comunicación del tipo “español
agredido en autobús por hablar español”
y por mucho que se hayan compartido en redes sociales, no deja de ser un hecho
inaudito. Dudosamente son este
tipo de escenas, alcohol o no de por medio, comunes en el Reino Unido,
dudosamente más frecuentes o infrecuentes que en
cualquier país similar o más habituales que antes de que comenzasen a bombardearnos mediáticamente
con el Brexit.
Ya sentados en el Kellys frente a una Guinness y una Coca-Cola, hablamos sobre todo de música, que en su caso es, para bien o para mal, hablar de trabajo. Juan vive del busking, esto es, de tocar en la calle, casi siempre en el Albert Dock, a cambio de las monedas que los viandantes tengan a bien echarle y que regularmente lleva en bolsitas de plástico al banco para ingresarlas en su cuenta corriente y así poder pagar las facturas. Con eso, y con lo que le pagan en los conciertos que va consiguiendo, llega a fin de mes. Un precariado distinto, una forma de vida vocacional. Picoypalismo, bromeamos a veces nosotros.
No solo de pan vive el hombre y a Juan le da vida tener un lugar privilegiado para sus proyectos musicales en su horizonte de expectativas. En uno toca la guitarra rítmica y, tras un par de conciertos y una confirmación para el festival Sound City de Liverpool, tiene la ilusión de girar con ellos en un futuro próximo por Reino Unido y Europa. Un grupo de rock elegante y exquisito liderado por la torrencial voz e imponente presencia de su cantante, un boxeador irresistiblemente fotogénico, insultantemente atractivo, con aspecto de actor secundario de Scorsese y que, por todo ello, no puede sino dar nombre al grupo: Bobby West. Tras haber tenido la suerte en estos más de seis años de estancia a orillas del Mersey de tocar con y aprender de tantos y tantos músicos en una ciudad tan sumamente musical como Liverpool, Juan siente más que nunca que con estos cinco lads puede llegar a hacer algo importante. Del noroeste de Inglaterra para el mundo. Las ganas no le faltan.
De vuelta al Kellys, Juan y yo fantaseamos con que le entrevisto para su proyecto musical en solitario: Massive Juan. Se imagina haciendo gala de su extenso repertorio de anécdotas de la temporada 2012-2013, cuando llegó a Liverpool con Rober, otro joven pucelano cantante de su grupo, a vivir al día, tocar en la calle y dormir en sofás ajenos y casas de anfitriones espontáneos y desintersados. La historia, por ejemplo, de aquel día en el que, como todavía no tenían donde dormir, decidieron tirar del contacto de una pareja española a la que le había encantado la versión callejera que solían hacer de ‘Chica de ayer’ y les dio su número por si podían ser de ayuda. O aquella en la que tuvieron que echar a suertes quién gozaba del pequeño privilegio de dormir en el sofá más cercano a la calefacción cuando los acogió por primera vez en su casa el peculiar scouser Pete Bentham, líder de una banda de punk que acabaría siendo su compañero de piso y casero durante cuatro años y que, en palabras de Juan, es una de las personas que más y durante más tiempo ha hecho cosas por él sin esperar nada a cambio.
Imposturas, más allá de las propias del
mismo rock, las justas y necesarias en Juan Sinovas: sus letras hablan a las
claras de experiencias y sentimientos tan sencillos y universales que uno
piensa que el idioma alemán debe de ser capaz de sintetizarlos en una sola
palabra: los encantos de recorrer en la mejor de las compañías los lugares,
calles, pubs más emblemáticos de una ciudad en la que ya has trazado tu
itinerario vital; el vacío y la sensación de constante transitoriedad que se te
queda cuando se vuelve a España esa persona con la que tan buenas migas has
hecho; y el aún más dificil todavía, el desconcierto resultante de una escapada
de ensueño a Granada que te trastoca la cabeza a la vuelta y convierte en
evidente y problemático el hecho de que tu país y el país en el que vives no
son el mismo.
De esto, entre otras cosas, hablan ‘Liverpool City’, ‘Todo se irá’ o ‘Yo quiero hacer un solo´, algunas de las canciones que Juan anda precisamente estos días impaciente por seguir grabando para su primer disco después de que un desafortunado accidente en el estudio le obligara a postergarlo todo sine die. Le trae de cabeza tener que depender de la disponibilidad de uno de sus compañeros de Bobby West, que le asiste con su ordenador y conocimientos técnicos, y no tener ninguna garantía de que vaya a poder seguir con la grabación en los próximos días o semanas. La ansiedad por concretar cuanto antes sus canciones, de darles el trato en producción y en arreglos que se merecen, le corroe.
Comentamos, apurando ya las bebidas, que
es curioso que haya sido en Inglaterra donde ha empezado a mostrar mayor
interés por cantantes y grupos de habla hispana y a componer sus propias
canciones en español. Yo le planteo que puede que, aun siendo paradójico, en
Valladolid estuviera inmerso en círculos muy, casi exclusivamente, anglófilos.
Su educación musical parece confirmarlo: la predilección de su padre, baterista
de largo recorrido que le legó la batería con la que se bregó en el manejo de
baquetas, charles y bombo, por grupos como Pink Floyd, King Crimson, The Who,
The Rolling Stones y, por supuesto, The Beatles y especialmente Paul McCartney;
la evidente tendencia de los primeros grupos en los que empezó a tocar la
batería a querer sonar a bandas también británicas como The Kooks o Arctic
Monkeys. Incluso algo que se puede pasar por alto pero que no puede ser casual:
el hecho de que, de entre todos los lugares del mundo, eligiera Liverpool como
ciudad de acogida. Él lo atribuye también a las imprevisibles formas que tiene
la nostalgia de manifestarse: cuando le voló la cabeza la labia de Joaquín
Sabina en una entrevista televisiva, le dio por coger toda su discografía y
escucharla religiosamente, a diario y en orden cronológico. Sentado cómodamente
en el sofá y sin hacer nada más que escuchar, prestar su plena atención a los
álbumes del cantautor ubetense. De hecho, también dice no haber visto jamás
tanto cine español como estando en Reino Unido.
Y, claro, hablamos del Brexit, aunque lo
cierto es que no mucho. Casi nada. Hay a quien le causa incertidumbre, hay a
quien le da miedo, hay a quien le indigna. Él y yo compartimos cierta incredulidad.
Comentamos la sobreexposición mediática del asunto y cómo de útil debe de estar
siendo para quitar espacio informativo a otras incompetencias políticas. El
taxi ya avisa que está al caer cuando Juan expone una idea que le he oído
expresar otras veces. Viene a decir que si tiene que pasar algo con el Brexit,
si en algún momento tiene que volverse a España, que sea porque lo han echado,
porque no han querido que se quede en Inglaterra. Yo pienso pero me callo que
ahí hay algo de hambre por una pizca de épica, cierta identificación con la
biografía de su admirado Sabina, que también tuvo su exilio, también de músico
callejero pero en su caso forzado, londinense y de siete años, tras haber sido
detenido por su propio padre guardia civil. Había lanzado un cóctel Molotov durante
su época universitaria en Granada a una sucursal del Banco de Bilbao. Bancos
distintos, tiempos diferentes, exilios al fin y al cabo. Nos despedimos con un
abrazo y Juan se queda, batería ya desmontada y lista para recoger, esperando
el taxi en la puerta del Kellys. Camino a casa, recuerdo una brevísima letra de
Nacho Vegas, me la canto a mí mismo con una pequeña modificación y me sonrío de
lo tonto de la ocurrencia:
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Existen muchas razones por las que una lengua puede cambiar. Una razón obvia es la interacción con otras lenguas. Por ejemplo, si una tribu de gente realiza intercambios con otra, empezarán a utilizar palabras específicas y frases para los objetos de intercambio.
Hola Una publicación interesante. La dependencia musical se esconderá de los problemas de la vida, encuentra un área interesante donde puedas rastrear lo que está sucediendo. Después de todo, la persona que está buscando la información que es interesante para él es el iniciador de esta búsqueda. Así que hay una esfera, que se desarrolla en una especie de “zona de confort”, donde el fanático tiene una sensación de seguridad. Cuando la pasión llega a un nuevo nivel, llamado fanatismo, el objetivo se convierte en una reunión, un autógrafo, una demostración del ídolo de su trabajo. Sin embargo, una persona puede pasar constantemente por todas estas etapas, y luego perder el interés en una música en particular, o regresar a la etapa de pasatiempo.
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Existen muchas razones por las que una lengua puede cambiar. Una razón obvia es la interacción con otras lenguas. Por ejemplo, si una tribu de gente realiza intercambios con otra, empezarán a utilizar palabras específicas y frases para los objetos de intercambio.
Hola Una publicación interesante. La dependencia musical se esconderá de los problemas de la vida, encuentra un área interesante donde puedas rastrear lo que está sucediendo. Después de todo, la persona que está buscando la información que es interesante para él es el iniciador de esta búsqueda. Así que hay una esfera, que se desarrolla en una especie de “zona de confort”, donde el fanático tiene una sensación de seguridad. Cuando la pasión llega a un nuevo nivel, llamado fanatismo, el objetivo se convierte en una reunión, un autógrafo, una demostración del ídolo de su trabajo. Sin embargo, una persona puede pasar constantemente por todas estas etapas, y luego perder el interés en una música en particular, o regresar a la etapa de pasatiempo.