Carta al Ministro de Exteriores
(Propuesta para reparar fisuras en el marketing de la “marca España”)
Sr. Ministro de Exteriores:
Si estoy en lo cierto y la memoria no me traiciona, creo que era la esposa de Chomsky quien daba cuenta de una íntima anécdota en la que, al lingüísta/activista, el repaso diario de la prensa matutina le había pasado la nada desdeñable factura de un desgaste en el esmalte dental. Un rechinar continuado, forma al parecer inconsciente encontrada para desahogar la indignación, era el causante de esta erosión autoinfligida. No sé si tanto, pero una desazón muy similar solía sentir uno justo antes de abandonar este país, hace ya cosa de un par de años. Y aunque la distancia catártica, en tiempo presente y para sorpresa de uno, ha transmutado la realidad española de tragedia en vodevil, unas precisiones preliminares se me antojan pertinentes para no sesgar el sentir de estas palabras, y para despejar los presumibles restos que pudieran delatar cualquier asomo de resentimiento o despecho. Queden, pues, sentadas. Quien aquí escribe se siente y se sabe, lo contrario comportaría pecar de una sospechosa bajeza de miras, afortunado por partida doble: (para ser breve) primero, por haber podido realizar –becado, como muchos– estudios superiores y, segundo, por haber dispuesto de los medios –limitados, pero necesarios al fin y al cabo– para aventurarse al extranjero. Quien aquí escribe, además, cree que entre las obligaciones que atañen al Estado se encuentra la justicia social, no el paternalismo pequeño-burgués. Y quien aquí escribe no, señora Ministra de Empleo, no es portador de ninguna pulsión “aventurera” (su cinismo soterra una vitriólica crueldad, solo a la altura de los personajes de la última novela de Martín Amis).
El caso es que, a finales de 2013 y, es importante señalarlo, después de un año y dos meses desempleado, quien aquí escribe tomó la decisión de perseguir su profesión (y su pasión) y unas condiciones laborales dignas. Algo imposible, impensable, en este erial en tantos y tan variados aspectos. Tras un primer e infeliz atraque en Brasil, la suerte dispuso no obstante que México fuera la tierra de acogida (todo sea dicho: sin apenas trabas burocráticas). Hasta aquí, nada nuevo; un caso más entre centenares de miles. Pues bien, entre los emigrados suele ser habitual que, aprovechando las tan señaladas fechas, estos hagan acopio de ahorros y retornen año tras año, casi a modo de peregrinación, a comer el turrón con la familia y los amigos. Como tampoco podía ser de otro manera, este año, al igual que los precedentes, los noticiarios, carentes por agenda de material informativo relevante, echaron mano de los manidos lugares comunes para subsanar el mentado vacío: la lotería, la situación de las carreteras ante climatologías adversas, donaciones y causas sociales de última hora, etc. Pero hay una noticia que este año ha captado mi atención y que otros había pasado desapercibida, a saber, aquella estampa, en ocasiones algo histriónica, en donde unos familiares esperan en el aeropuerto a sus parientes (mayoritariamente, hijos) y las cámaras graban el tan esperado encuentro.
Pues bien, este año dicha noticia ha venido enriquecida por una reivindicación catalogada de “Marea Granate” y, más en concreto, con un particular eslogan (jugando con el archiconocido estribillo de un anuncio televisivo navideño) que dice así: “Vuelve a casa sin sanidad». Para todo emigrante, ciertamente, este estigma resulta más que familiar: una decepcionante puntilla con que son (somos) agraciados todos los que deciden/tienen que emigrar, y que nos recuerda una vez más, para no dejarnos seducir por las sirenas de la nostalgia, por qué estamos fuera. Por si esto fuera poco, el dilema que todos en algún momento nos vemos en la obligación de encarar podría formularse en esta pregunta: ¿registrarse o no en la embajada?, esto es, ¿perder los derechos sanitarios y ganar el derecho a votar, o por el contrario mantener los primeros y olvidar el segundo? El chantaje parece más que palmario. Pero este no es el motivo de estas palabras, que merecerían una carta aparte. Sin mayores digresiones, es menester ceñirse al punto que a uno le gustaría sugerir:
Sr. Ministro de Exteriores, ¿de verdad cree que la enmienda del 2013 a la ley de “Cohesión y Calidad del Sistema Nacional de Salud”, es decir, aquella que priva a los residentes en el extranjero de dichas prestaciones (prestaciones que, a efectos prácticos, no se alargarían más de dos o tres semanas al año), es una medida que alentará a los emigrantes en su fuero interno a promover con abnegación y entusiasmo la “marca España”? No solo. A uno, malpensado (porque la vida le ha hecho así…), le causa verdadera zozobra que algunos de los empresarios, artistas y deportistas más conocidos, y casualmente iconos de la “marca España”, ejerzan de baluartes en la regia causa a pesar de no tributar precisamente en su país natal, y que otros, por el contrario, la mayoría competentes profesionales (afirmado por los propios países de acogida) y expatriados por necesidad, sean vil y sistemáticamente marginados. Según el que aquí escribe prescindir de estas potenciales huestes de embajadores es, como poco, muestra fehaciente de una torpeza supina. Para mayor escarnio, hace no mucho su señoría, en un tono de notoria recriminación, apremiaba a los españoles a cambiar de actitud pues, paradójicamente, la marca España tenía mejor imagen extra que intramuros; en sus palabras: “Nadie puede vender fuera lo que no aprecia dentro”.
En efecto, Sr. Ministro, nadie puede –no siendo un actor o un hipócrita– vender lo que no valora dentro pero, mutatis mutandis, ¿puede alguien vender a quien no le valora fuera? Utds., que no cejan de implorar el patriotismo de los nativos, deberían advertir que están alimentando subrepticiamente o no (y uno ya cree que no) un progresivo, y me temo que irrevocable, “desarraigo” generalizado (en palabras de la genial y atinada Simone Weil). Y quizá, fíjense, de fondo irradie una idea cosmopolita: la del ciudadano sin patria o nación, sin raíces, únicamente interesado por el espacio en el que paga sus impuestos, para no perder los cada vez más adelgazados derechos. Entonces y solo entonces, ante la celebérrima exhortación de Kennedy, cabría hacerse la siguiente consideración: no te preguntes qué no puede hacer tu país por ti, que al parecer bien poco o nada, sino pregúntate qué no puedes hacer tú por tu país. Una “Internacional”, a medio camino entre el acratismo y el más insolidario de los individualismos, empieza a recorrer el mundo…
Fabio Vélez
Residente en México,
y profesor del Instituto Tecnológico Autónomo de México
1 Comment
Estimado Fabio,
Si no reside en España y por lo tanto no colabora al mantenimiento de la Sanidad, no tiene mucho sentido que esgrima que su Pasaporte le ha de cualificar a poder ser beneficiario de un bien social. La asistencia sanitaria de urgencia está garantizada a toda persona que se encuentre en el territorio Español independientemente de su Pasaporte.
No obstante, si lo que desea es ir a España a tratarse de enfermedades que en su países de residencia resultan carisimas porque el seguro que paga no lo cubre o porque el sistema de salud del país en el que reside no le merece confianza, puede realizar un convenio especial con la Seguridad Social y pagando sus cuotas respectivas tener derecho a la asistencia sanitaria en España.