Crónica de un voto desrogado

Podría parecer que el escrutinio que ya relatamos en 2016 y el del pasado viernes 28 de julio fuesen iguales.

Mismas ocho de la mañana (ya) calurosas, mismo introducir sobres en urnas previo paso por la pistola lectora del código de barras del certificado censal, el bip del veredicto definitivo: tú eres de nos nuestros. Tú puedes hablar, te escuchamos. Mismo cansancio en la apertura de sobres, en  el amontonamiento agrupado de papeletas.

Y, sin embargo, las diferencias eran notables.

Yo apresuraba el paso para arañar los dos minutos que faltaban para la apertura de una jornada que prometía intensidad cuando me dio un vuelco el corazón: ―¡uala! ― la prensa se agolpaba a la salida del recinto donde habrían de ser escuchadas nuestras voces. La expectación era bien distinta, lo que tuviéramos que decir era relevante. Claro que, en este último movimiento de lo que hubiera parecido el avance de un simple peón se jugaba, si no el rey, al menos la dama en esta partida. De ahí el número apabullante de apoderados, dispuestos a vigilar la impoluta limpieza del procedimiento. Cualquiera que haya estado en un escrutinio sabrá que la trampa lo tiene muy pero que muy difícil con tantos ojos de diversa procedencia e interés escudriñando el procedimiento.

Las urnas esperaban en silencio a ser invadidas por un mar de sobres de votación, con la ayuda del perfectamente organizado super ejército de soldados del INE, para el que no tenemos más que―siempre― palabras de admiración y gratitud.

Las cajas de cristal fueron primero pobladas por los votos que llamaron CERA-CER, de quienes, al estar en España en el periodo electoral, por una razón u otra, emitimos nuestro voto a través de Correos y Telégrafos, cuyo personal, por cierto, ha realizado una labor titánica para posibilitar la participación electoral de un número astronómico de españoles. Otro grito de agradecimiento para todo el personal de Correos.

A grito de: ¡No hace falta firma en el certificado ni documento identificativo! se abrió la sesión. La identidad de los votantes ya había sido comprobada por los funcionarios de correos.

Después llegaron los votos depositados en urna consular. De nuevo, gritos de: ¡No hace falta firma en el certificado ni DNI! La identidad de los votantes, en este caso, había sido comprobada por los funcionarios consulares. Instrucción nueva que nos dio pánico en un principio, todo lo que signifique un cambio supone un riesgo de arrastrar un número indeterminado de votos nulos. Pero no fue así: el engranaje funcionó a la perfección con estas excepciones.

Los pasos ajetreados, el traer y llevar: las montañas de sobres que salían de las cajas azules y amarillas de correos perdían altura para luego volverla a ganar.

El temido momento del voto emitido por correos a los consulados llegó para terminar de llenar las urnas en las que ya se agolpaban los sobres, esas voces prisioneras pugnando por ser escuchadas. Y digo temido, porque 583 se quedaron castigadas en la caja de los nulos por no haber firmado el certificado. Este trámite ¿es verdaderamente necesario? No una ni dos, sino casi seiscientas, solo en Madrid, se han quedado sin votar― sin saberlo, además―por no haber estampado una firma que, realmente, no ha sido cotejada. Cada una de esas voces perdidas es un pinchazo en el corazón.

Después de doce horas de arduo trabajo, el cansancio se acusaba en los gestos. Pero por fin empezó el canto coral de los crujidos de los sobres al abrirse, de las papeletas agrupadas por partidos en las mesas de los funcionarios, que ahora trabajaban en pareja.

Y tras la elaboración de las actas de cada urna, se procedió a resolver la maraña de dudas que habían arrastrado desde cada mesa, separada en cajas de cartón, para el veredicto de las juezas, los interventores de los partidos y otro sin fin de garantes del buen hacer democrático. El principio de respeto sacro a la voluntad del elector primó en las decisiones.

El canto coral de las 44833 personas que fueron escuchadas ese día fue grandioso.

La cifra global de electores CERA no es la que hubiéramos deseado, cercana al 10%, pero no hay que olvidar el efecto desgaste de un electorado que lleva condenado más de diez años al ostracismo y el efecto vacacional, que ha jugado una mala pasada en términos de plazos ―que volvieron a ser un laberinto, contra lo que hubiéramos esperado.

Hemos trabajado duro para que, quien quisiera hacerlo, pudiera votar. Y parece un mantra que repetimos en cada una de nuestras crónicas, pero es la verdad: queda mucho camino por recorrer, por ejemplo continúa siendo urgente replantear el Decreto Ley que regula el derecho de voto de las personas que se encuentran temporalmente en el extranjero; quedan aún medidas que implementar para  que nuestras voces sean escuchadas, pero estamos en el buen camino. Hemos pasado de la insignificancia a la validez democrática, hemos pasado la pesadilla de una infancia a la que se había relegado a la migración, a, por fin, ser tomada en cuenta en las decisiones, sean las que sean, de un país que, sea como sea, continúa siendo tan nuestro como el de las demás personas que lo integran. Gracias, gracias a todas las personas que continúan luchando para que esto sea así.