«¿Qué hacer?» Desde el exilio, por A. Ramos Ramírez.

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Por más que se repita y por mucho que en nuestro entorno se haya normalizado, el caudal de energía e ilusión que nuestra región está expulsando no debe olvidarse. Rara es la persona que no tiene en su círculo más próximo algún amigo, familiar o conocido que haya dejado el país como emigrante, obligado al exilio económico. Pequeños o grandes dramas de la cotidianeidad que se difuminan bajo la potencia de lo urgente, pero que están marcando para siempre a una generación.

Los que tuvimos que marcharnos somos tan distintos como los que se quedan. Algunos enfrentaban el reto con la experiencia y conocimientos que lo convirtió en algo llevadero. Incluso aceptaban parte de esa inclinación por la aventura que, más tarde, las instituciones han querido imponer a todos. Otros, sin embargo, se vieron obligados a afrontar la experiencia con el vértigo que provoca lo que no se quiere, la única salida. El punto de partida, por suerte, no condicionaba el camino a recorrer. Algunos de los más reacios ya se han asentado, aprendido el idioma y las diferencias culturales, tal vez incluso se han arraigado en su nuevo hogar, y ya no piensan más en volver. Otros, sin embargo, cada mañana tragan con esfuerzo la amargura de despertar en un lugar donde, si pudieran, no seguirían al día siguiente.

Uno debe ser de donde está, pero no puede evitar sentir que también pertenece al lugar de donde viene, aún no nos quitaron ese derecho. Las peripecias de cada uno de los actuales migrantes son tan variadas como lo hubieran sido de haber podido elegir quedarse en España, pero el hecho de ser un exiliado imprime valores comunes. Eso sí, esta nueva comunidad de exiliados se ve obligada a afrontar los retos de su país de una forma que antes no había experimentado.

La impotencia que se siente al estar descontextualizado no debe ser un impedimento para ejercer nuestro poder ciudadano. Tres deben ser, cuando no más, las tareas que nos ayuden a influir en el destino de nuestra sociedad de origen. En primer lugar, como colectivo de españoles en el exilio económico, tenemos que ser capaces de converger en la construcción de un movimiento político de transformación social y económica del país. Que cada uno ponga sus siglas, pero el principal papel de un exiliado consciente de las razones de su salida es movilizar a quienes aún no han caído en la cuenta de que, en buena medida, su situación personal tiene responsables que tenemos que expulsar de las instituciones políticas y financieras de nuestro país. La lucha diaria puede hacer olvidar los problemas de largo recorrido y nosotros tenemos que ayudar a construir la concienciación de quienes –aún no nos quitaron ese derecho– todavía son votantes.

La participación de ese necesario movimiento político, aglutinador de voluntades mayoritarias, conlleva la realización de nuestra segunda tarea. Independientemente de si se consigue la redefinición de las relaciones de poder, los exiliados económicos debemos constituirnos como un nuevo actor político que ejerza presión, con una clara vocación: la puesta en marcha de medidas que permitan, de manera efectiva, la posibilidad real de nuestro regreso a la sociedad que nos expulsó.

Por último, sobre todo si lo abordamos desde una perspectiva europea, los exiliados económicos españoles deben contribuir a la articulación de un proyecto político de transformación social a escala internacional. Especialmente nosotros, no podemos caer en la miopía de pensar que si conseguimos mejorar nuestra situación, esto pueda ser hecho a costa del empeoramiento de las condiciones de vida en otras regiones del planeta.

No son tareas humildes, ni sencillas, pero debemos estar determinados a ello. En nuestra mano está conseguirlo, hacerlo será nuestra garantía de no quedar en el olvido.

 

ANTONIO RAMOS RAMÍREZ  es Historiador, profesor en la Universidad de Bretaña Sur (Francia)

 

Artículo original publicado el 24/11/2014 en El Pajarito : http://elpajarito.es/opinion/462-desde-el-exilio/10350-ique-hacer.html

Marea Granate

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