Volvemos, pero no así

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Retornar es uno de los verbos en los que más pensamos quienes hemos emigrado. Lo conjugamos y nos lo conjugan de todas las maneras posibles: futuro, condicional o imperativo, dependiendo del momento, del ánimo o de la persona que tengamos enfrente. Retornar, descubrimos una vez asentados en nuestra nueva ciudad, da casi tanto miedo como emigrar. ¿Es el retorno equivalente a un fracaso? ¿Retornamos esperando retomar nuestras vidas en España y nos encontramos con una realidad distinta? ¿Seremos las mismas personas que se fueron? No olvidemos que el retorno es reencuentro, pero también implica el cara a cara con el desarraigo: yo, por ejemplo, tras cuatro años en Uruguay, soy un poco montevideano: siento como mía la Rambla que bordea el Río de la Plata, sé que primavera y otoño son los mejores momentos para perderse por la Ciudad Vieja, me duele el maltrato a la ciudad e incluso me alegro (en secreto y sin admitirlo nunca) cuando oigo a mis vecinas gritar exultantes a las cinco de la mañana el infaltable golazo que Uruguay le ha metido a algún improbable equipo asiático en un amistoso dominical.

 

Al mismo tiempo soy consciente de que, día tras día, se atenúa mi vallisoletanidad. Mis amistades siguen sus recorridos vitales, nuestras experiencias resultan cada vez menos homologables y entonces tiramos del combustible que proporcionan el cariño y los recuerdos compartidos. Es lindo, pero al final se corre el riesgo de que nuestras relaciones acaben como las estrellas muertas, oscuras y silenciosas, aunque sigamos viendo su luz muchos años después de que estas hayan extinguido por completo en una inercia de cariño anquilosado en el tiempo.

 

Quienes retornan, en resumen, lo hacen —lo haremos— en un equilibrio precario de alegrías y nostalgias, de reencuentros y pérdidas, pasando por la constatación dolorosa de un desarraigo alimentado por nuestra ausencia. Por eso es importante el relato social que se hace de nuestro posible retorno, y es aquí donde entran experiencias como «Volvemos».

 

Estas navidades —cumpliendo con el tópico— viajé a España y mi familia, siempre atenta a todo lo que pueda tener que ver con una posible vuelta, me mandó un artículo del periódico local que anunciaba un encuentro de reflexión sobre el «retorno del talento» organizado por la asociación «Volvemos», con la colaboración del Ayuntamiento de Valladolid, que auguraba, además, la inclusión de una partida para fomentar la vuelta de los «jóvenes vallisoletanos» que habían tenido que salir de la ciudad durante los últimos años.

 

El evento se hizo en una sala municipal, presidida por una mesa que ocupaban los ponentes. Fue una sensación curiosa, porque en estos cuatro años he tenido la oportunidad de conocer, presencial y virtualmente, a un montón de personas en mi misma situación, residentes en varios países distintos y, sin embargo, ese grupo de cinco señoras y señores no tenían absolutamente nada que ver con nuestra experiencia migratoria.

 

Durante una hora escuchamos las experiencias de un señor simpaticote, de unos cincuenta años, que trabajaba como expatriado en Arabia Saudí dirigiendo una planta desaladora; las vivencias de una chica, más o menos de mi edad, que llevaba un lustro largo en Bruselas, donde su pareja se había instalado como funcionario de la Unión Europea y que tenía un «emprendimiento» de joyería. Estaba una representante de la Confederación Vallisoletana de Empresarios, que nunca había emigrado a ningún sitio, pero que quería dejarnos muy claro —nos informó— de que estaban «muy ansiosos» de «incorporar jóvenes preparados con idiomas» a sus plantillas, porque al parecer resulta imposible «encontrar a gente que quiera trabajar en hostelería y que hable inglés o alemán». Además había un señor del ayuntamiento que, con bastante buen criterio, habló más bien poco; y, como moderador, uno de los fundadores del colectivo.

 

A medida que se sucedían las intervenciones me iba invadiendo la sensación de que estaba asistiendo a un error garrafal: quien más habló fue la representante de los empresarios, que se quejaba de lo mucho que la crisis había afectado «a los emprendedores». Había que ser competitivos, repetía, se necesitaba el talento de los jóvenes. Una chica levantó la mano, explicó que había emigrado a Alemania y que ahí recibía un sueldo bastante decente: ¿estaban dispuestos los empresarios locales a igualarlo? No, por supuesto, eso no era posible: volver es una inversión, nos explicó con paciencia, y eso implicaba, claro estaba, tener que «adaptarse a la realidad económica española». Además, si íbamos a vivir con nuestros padres, los gastos que podríamos tener no iban a ser tantos.

 

De ahí todo fue cuesta abajo y sin frenos: el público se amotinó (nos amotinamos) y la organización cerró, llegada la hora (y con visible alivio) de un turno de intervenciones que era ya una sucesión de reproches. Los emigrantes nos fuimos a nuestras casas y los ponentes, junto con un «panel preseleccionado» se encerraron a deliberar recomendaciones que el ayuntamiento podría implementar para facilitar el retorno de marras. Prefiero no hacer ningún juicio sobre lo democrático del procedimiento o la legitimidad que puedan o no tener las conclusiones a las que llegaron.

 

En la puerta nos quedamos discutiendo un grupo de gente. Todos estuvimos de acuerdo en que los fundadores de «Volvemos», emigrantes ellos mismos, no tienen malas intenciones, pero que de buenos propósitos está empedrado el camino al infierno. Su propuesta es la herramienta perfecta para privar a nuestra emigración de un componente esencial: su parte política. Ellos enmarcan el retorno en una lógica de mercado capitalista: no retornan personas, sino que retorna «el talento». Es la continuación —quiero suponer que inconsciente— de la narrativa de que quienes nos hemos marchado lo hacemos todos por espíritu aventurero, somos todos jóvenes, estamos todas muy preparadas. Así, no retornamos porque sea nuestro derecho hacerlo, o porque las condiciones que han provocado nuestra emigración (la precarización, los recortes sociales, los hachazos a nuestros derechos) hayan cambiado. No: el mensaje perverso que subyace bajo la propuesta de «Volvemos» es que nuestro retorno se justifica en la medida que somos útiles económicamente, que somos un recurso, que nos hemos ido pero que, oye, nos hemos formado, hemos adquirido habilidades y ahora podemos ponerlas en práctica en nuestros lugares de origen.

 

Esa visión economicista, «emprendedurista» si se quiere, es injusta y peligrosa. Injusta porque simplifica nuestra experiencia migratoria y la descomplejiza: se olvida de quienes no somos tan jóvenes, de quienes tienen saberes que no pasan necesariamente por un título universitario, de quienes han vivido experiencias muy alejadas de lo que nuestra sociedad considera exitoso. Y es peligrosa porque en última instancia expulsa el acto de retornar de la esfera de los derechos para condicionalizarlo, supeditando la intervención de lo público a los anhelos de lo privado: ¿quieren nuestros empresarios locales camareros que hablen alemán? Muy bien, pues con el dinero de todas y de todos subvencionamos mudanzas, exoneramos de impuestos, amortizamos aportaciones a la seguridad social. Liberamos así a las instituciones de su obligación, por ejemplo, de garantizar servicios públicos completando plantillas mediante convocatorias de empleo y les damos la salida fácil de “fomentar el emprendimiento”. Si «volvemos» aceptando esos términos, equivale a «retornará quien se lo merezca» y por ahí —que quede claro desde ya— no vamos a pasar.

 

Termino; no tengo nada personal con la gente de «Volvemos». Les reconozco la iniciativa y entiendo que cada uno tiene una visión distinta de las cosas, pero deberían pensar que lo que ellos perciben como una idea positiva e inocente (hacer de puente entre empresas que quieran contratar y emigrantes que quieran volver) contiene más niveles de lectura y acarrea consecuencias para todas y todos: hay caminos de vuelta que no llevan a ninguna parte.

 

Jorge Montevideo
(http://sincasaca.tumblr.com/)

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2 Comments

  1. Andrés 22/06/2017 at 10:54

    Genial.
    Y muy bien plasmada la impresiòn que a muchas personas nos provoca «Volvemos».

    Un saludo granatero!

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