Volver**
Hoy es sábado y voy a Manchester a despedir a dos amigos que vuelven a España después de haber vivido en Inglaterra durante cuatro años. ¡Qué envidia! Pero de la sana, porque somos amigos; bueno, somos familia y el apoyo que tenemos aquí cuando los nuestros están lejos.
Me mudé a Inglaterra en julio del 2014 y parece que fue ayer. Todo empezó cuando me licencié en Psicología en el año 2012. Salí de la universidad con 23 años, una licenciatura bajo el brazo y con millones de planes en la mente. Emprendedora, así es como mucha gente me definía en la universidad. Quería hacer tantas cosas…
El trabajo como psicóloga nunca llegó o, mejor, nunca fue remunerado, pero sí trabajé como voluntaria, y estudiar un máster entonces fue más complicado de lo que me imaginé. Así que me puse a trabajar en un taller de aparado de zapatos. Yo sabía a lo que estaba yendo: un trabajo sin contrato, sin sueldo fijo y con jornadas de diez horas, y a veces más. Al principio, me lo tomé como algo temporal porque necesitaba ganar dinero; pero el tiempo pasaba y lo temporal se convirtió en dos años. Dos años que me destrozaron por dentro. Estaba enfadada con todo el mundo, sobre todo con los que me decían: “Al menos tienes trabajo, no te quejes”.
Qué frustración. ¿Se le podía considerar a eso trabajo? Cada vez que recuerdo esos años se me encoge el estómago. Todos los días eran iguales. Toda esa rabia se me estaba engangrenando por dentro y me convertí en una persona pesimista y victimizada por la situación en la que me encontraba. Y lo odiaba, porque yo no soy así. Así que una noche, en Facebook, vi el anuncio de la plataforma Cazalla Intercultural, donde buscaban a una/un voluntaria/o para Blackpool, Inglaterra. Les escribí y me fui a la cama.
La mañana siguiente transcurrió con normalidad, sin embargo, por la tarde recibí un correo en el que me pedían una entrevista con la directora de la asociación Streetlife. Una entrevista en inglés… Dios santo. Con ese inglés de escuela de idiomas con el que sólo sabía hacer frases en presente y pasado simple y continuo. La entrevista duró como unos 15-20 minutos y acabó con un: “Ya le das tus datos a tu mentora para el vuelo y en julio nos vemos”.
What…?
¿Qué estaba pasando? Se me salía el corazón, me sudaban las manos. No sabía qué hacer. Pensé en todos los momentos en los que rogué, pedí y lloré por una oportunidad como esa pero, ¿a dónde iba a ir con 80 euros en el banco? No, no, no. Eso no estaba pasando. Y después de pensar y llorar, y pensar y llorar más, lo decidí. Me iba a Inglaterra y sí, con 80 euros en el banco.
Luego vino el tema familiar: “Me voy a Inglaterra nueve meses a trabajar con gente sin techo”. Mi madre se enfadó conmigo. Lo entiendo, porque sé que no es fácil, pero lo que en ese momento necesitaba era una palmadita en la espalda que me dijera: “Genial por ti, hija. Ya verás qué experiencia y qué bien te va a venir”.
La gente estaba un poco desubicada: “¿Te vas de voluntaria?”, “¿Pero, te pagan?”, “¿Hablas inglés?”, “Madre mía, que lástima de tu madre que la dejas sola…”.
El 3 de julio del 2014 volaba a Manchester y no dejé de sentirme culpable ni un instante por marchar. Me dolía que la gente que me quería y que me conocía no entendiera mis razones, que no comprendieran que yo necesitaba más. Yo estudié una carrera para trabajar y sabía que valía mucho para eso.
Era la primera vez que viajaba sola. Llegué a Blackpool por la tarde y esa noche fue la más larga que he tenido en lo que llevo de vida. Aproveché esos nueve meses de voluntariado europeo para buscar trabajo en Inglaterra, ya que en España la cosa no pintaba nada bien. Cuando en ese tiempo iba a España, por Navidad o en verano, me encontraba feliz. Tenía incluso ganas de volver a Inglaterra. Fueron meses de experiencias, éxitos, conocer gente, viajar y conocer a más gente. Encontré trabajo justo cuando mi voluntariado estaba terminando. Mi currículo era, en ese momento, bastante escaso pero, aun así, me preguntaban que cómo, siendo licenciada en psicología, no estaba trabajando en España. “Si en España tenéis Sol, ¿cómo que vienes a Inglaterra?”.
En ese trabajo estuve un año y poco después encontré otro. Mi actual trabajo.
Han pasado tres años y tres meses después de pisar suelo inglés por primera vez y no me arrepiento. De hecho, y gracias a ese paso, hoy soy otra persona con más experiencia personal y profesional. He viajado tantas veces como he querido. He conocido a gente de lo más extraordinaria. He vivido experiencias, positivas y negativas, que forman parte de mí. He hecho amigos y amigas, repartidos por el mapa, con los que he reído y llorado. Le debo mucho a Inglaterra. En este camino he conocido diferentes historias de vida, eso me ha hecho consciente de lo importante que es valorar lo que tenemos y hemos conseguido, y de apartar la atención de aquello que no tenemos o creemos que nos falta por conseguir. Dejé que la vida me sorprendiera y así lo hizo. Me vi envuelta en situaciones que lidié de tal manera que hasta lloré de lo orgullosa que me sentí de mí misma. ¿Alguna vez os habéis sentido así?
Sin embargo, a todo el mundo le llega ese instante de “hasta aquí”. Nunca me importaron la lluvia o las pocas horas de luz, ni siquiera la actitud de la población inglesa hacia los inmigrantes. Siempre consideré una aventura el ir haciendo y deshaciendo maletas. Hasta este momento.
Ahora, los días en los que regreso a Inglaterra los vivo con más intensidad; y todas las veces en las que me pierdo cosas, eventos, circunstancias, las vivo con más rabia.
Me han llegado a decir: “Échate un novio”. ¿Un novio me va hacer cambiar de opinión acerca de querer volver a casa? Hemos olvidado muchos de los valores humanos que tanto están haciendo falta, en estos tiempos en los que vivimos. La pertenencia de una persona es algo personal e intrínseco, que nos caracteriza, sin importar las razones por las que dejó su país, familia, amigos y cultura. Soy una extranjera que vive en un país que no es el suyo.
Cualquier día, a cualquier hora, podemos ir a un aeropuerto y observar las salidas y las llegadas. Detengámonos un segundo. A todas esas personas que se van a marchar a otros países me gustaría poder decirles: “A ti, que hace tiempo hiciste la maleta y cogiste aquel avión, que tantas veces dejaste a tu familia llorando en el aeropuerto, que un día decidiste vivir una vida diferente a todo lo que te rodeaba. A ti, que descubres cada día cómo tu mente se ha abierto tanto que asusta, que cada día ves más reducido el grupo de amigos de los que te separan miles de kilómetros. Ahora eres más fuerte, ahora conoces más mundo”.
No me malinterpreten, a mí me gusta vivir con una mochila y poco equipaje; pero también quiero ir a casa a cargar las pilas, a dar abrazos, a escuchar las historias típicas de pueblo, a tomar un café a las cuatro de la tarde, a comer a las dos, a sentarme a leer con mis perros, a tomar una caña y una marinera, a ver nacer a mi sobrino, a celebrar cumpleaños, a pasar las fiestas, etc. y no quiero que nada ni nadie me lo impida.
Porque una cosa sí que está clara: Yo no me fui. A mí me echaron.
Esperanza López Fernández (Murcia)
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